Este mes hemos escogido un poema titulado «Canciones en Redondillas» , del poeta español del siglo XVI: Diego Hurtado de Mendoza.
CANCIONES EN REDONDILLAS
1
Pues que tanta priesa os dais
y yo tan poco me quejo,
pesares, libres os dejo;
quiero ver si me acabáis.
En tan peligroso trago,
aunque yo no lo procure,
¿no habrá un bien que me asegure
de este daño que me hago?
No, que no quieren valerme
mis cuidados como hermanos,
sino darme de las manos
cuando pueden ofenderme.
Siempre ofenderme desean,
y yo con ellos me junto
cada y cuando que barrunto
cosas que contra mí sean.
Remedio yo no lo pido,
consejo no lo recibo,
que a mí mismo, porque vivo,
me tengo ya aborrecido.
2
Cuidados, que me traéis
tan vencido al retortero,
acabad, que acabar quiero
porque vos os acabéis.
El ave que el pecho hiere
y tanto a sus hijos ama
con la sangre que derrama
les da vida, aunque ella muere.
Los pesares me maltratan,
dentro en el alma los tengo
y con ella los mantengo,
y ellos consigo me matan.
No es cuidado el que me manda
ni quien me hace la guerra,
mas pesar que me destierra
y placer que en otros anda.
Siempre doblada la pena,
siempre muerte ante los ojos,
por mis pesares y enojos
y por la holganza ajena.
Diego Hurtado de Mendoza y Pacheco nació en Granada, en 1503 o 1504.
Murió en Madrid, el 14 de agosto de 1575.
Fue un poeta y diplomático español, embajador de España en Italia. Desde el siglo XVII hay teorías que apuntan a que fue el autor del Lazarillo de Tormes.
Biografía
Hijo del conde de Tendilla, estudió en Granada y en la Universidad de Salamanca. Diego tuvo una privilegiada infancia muy influida por la figura paterna. Su padre, Íñigo López de Mendoza y Quiñones, más conocido por el Gran Tendilla, era Capitán General del reino de Granada al tiempo del nacimiento de Diego y tenía su residencia fijada en La Alhambra. Su madre era Francisca Pacheco, hija de Juan Pacheco, marqués de Villena.
Su padre, siguiendo la tradición familiar de los Mendoza de unir las armas con las letras, quiso dar a sus hijos una educación esmerada, contando con los mejores preceptores de la época y se trajo desde Italia a Granada a Pedro Mártir de Anglería. Así el entorno morisco, por un lado, y el espíritu cultivado y renacentista, por otro, marcaron de por vida al joven.
Marchó como embajador a la corte de Enrique VIII, rey de Inglaterra en 1537, que acababa de quedar viudo y donde se le encomendó negociar unas bodas reales que se frustraron. Tras ello fue nombrado embajador en Venecia (1539 – 1547) para representar además a Carlos I en el Concilio de Trento.
Embajador en Roma (1547), fue luego gobernador de Siena, donde sofocó una sublevación. Se le acusó de irregularidades financieras, y el proceso que solicitó para demostrar su inocencia se falló treinta años después con su absolución (1578). De regreso a España, fue proveedor de la Armada de Laredo y en 1556 recibió el hábito de la Orden de Alcántara. Tres años después está en Bruselas; durante la agonía del príncipe Don Carlos (1568), tuvo una disputa violenta con un caballero que desembocó en su destierro a Medina del Campo por orden de Felipe II, destierro que meses después se le desplazó a Granada, donde su sobrino el marqués de Mondéjar le puso al frente del ejército que tuvo que combatir la sublevación de los moriscos. En Granada estuvo hasta 1574, año en que se le permitió el acceso a la Corte, si bien no a Palacio.
Murió en 1575 tras serle amputada una pierna que se le había gangrenado.
Fue amigo de Santa Teresa de Jesús, con la que mantenía conversaciones piadosas.
Obra literaria
Diego Hurtado de Mendoza representa al aristócrata militar y humanista del siglo XVI, compaginador de las armas y las letras a la misma altura. Conocía el latín, el griego, el hebreo y el árabe, además de varias lenguas europeas. Reunió una nutrida biblioteca a lo largo de sus múltiples viajes por toda Europa, que legó a Felipe II y fue a parar al Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Junto a Garcilaso de la Vega y Juan Boscán introdujo los nuevos temas, metros y estrofas de la lírica italiana, si bien, al contrario que estos autores, se inclinó más bien por la sátira maliciosa y picante (la Fábula del cangrejo, por ejemplo), y fue el primero en cultivar el burlesco tema del «soneto del soneto». De todas formas, no dejó de emplear el arte menor y en sus versos líricos trasluce una fina melancolía. Destaca su Epístola a Boscán y el poema mitológico Fábula de Hipómenes y Atalanta.
Varios autores del siglo XVII atribuyeron a este escritor la autoría del Lazarillo de Tormes, la primera novela moderna española, teoría que alcanzó cierta fama sobre todo en el siglo XIX. En marzo de 2010 la prestigiosa paleógrafa Mercedes Agulló y Cobo descubrió en un inventario de los papeles de Juan López de Velasco (autor de las correcciones de la edición conjunta censurada del Lazarillo y la Propalladia de Torres Naharro titulada Propaladia de Bartolomé de Torres Naharro, y Lazarillo de Tormes) que aludían, según esta investigadora, a las cajas de documentación perteneciente a Diego Hurtado de Mendoza, la frase «Un legajo de correcciones hechas para la impresión de Lazarillo y Propaladia», lo cual la llevó a escribir el libro titulado A vueltas con el autor del Lazarillo en el que postula «una hipótesis seria sobre la autoría del Lazarillo, que fortalecida por otros hechos y circunstancias apunta sólidamente en la dirección de don Diego».
Lope de Vega lo elogia en su frase «¿Qué cosa aventaja a una redondilla de don Diego Hurtado de Mendoza?».
Es autor, asimismo, de una reconocida historia de la Guerra de las Alpujarras basada en sus experiencias militares y políticas durante la sublevación de los moriscos en 1568-1570, que se publicó póstumamente en 1627 por Luis Tribaldos de Toledo bajo el título Guerra de Granada hecha por el rei de España don Philipe II, nuestro señor contra los Moriscos de aquel reino, sus rebeldes.
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